Imagino que quería empezar esto así. Nada especial, supongo; simplemente es que así empezó mi historia. “El verano que viene, el verano que viene me voy”; y cuatro años después, llegó el verano, y me fui.
No me dí cuenta de lo que empezaba hasta que me vi sentada en un avión, rumbo a un continente que nunca había pisado, con destino a un país del que todo lo que había podido leer eran las pocas noticias que encontré en Internet dos semanas atrás, y alguna experiencia de algún amigo que fue antes que yo; historias de carreras en moto-taxi, de selva y de pescado a la brasa. Es todo lo que sabía. Eso, y que iba a vivir un mes en Yaoundé con mi mejor amiga, en una casa de de las religiosas de Jesús-María, echando una mano en un colegio y en un hospital, con unas fechas y unos objetivos bastante difusos.
...
Nuestra historia empieza en un colegio de la capital, en un barrio a las afueras, donde estuvimos las dos primeras semanas.
La mejor parte de nuestro trabajo en ese cole incluía todos los juegos en el recreo, los partidos de baloncesto, los talleres de hacer pulseras, los bailes…
También las clases de matemáticas. Clases de refuerzo, voluntarias. Me sorprendió la cantidad de alumnos que tenía en clase cada día, justo después de acabar las colonias. A veces pienso cuánta gente habría ido a unas clases voluntarias de matemáticas en verano en Madrid… No creo que llegara a la mitad de los niños que tenía yo en clase.
Pasaron los días y nos encontramos en uno de los mejores hospitales de Yaoundé, viendo cómo cada mañana las ambulancias bajaban a la ciudad y volvían cargadas de agua para llenar los depósitos subterráneos y que así, pudiera uno lavarse antes de entrar a quirófano. Si alguien no se cree que un hospital pueda funcionar sin agua corriente, que vaya allí y lo compruebe.
... yendo de consulta a quirófano, de quirófano a maternidad, y de maternidad otra vez a consulta, nos bastaron para sorprendernos de la enorme prevalencia de SIDA que tiene el país, y para comprobar de primera mano lo que significa un sistema de “sanidad privada”. Allí el estado sólo financia los anti-retrovirales contra el VIH; el resto, todo lo paga el paciente. Y cuando digo todo, es que tiene que pagar por adelantado hasta el par de guantes que vamos a utilizar para la exploración. Al que no paga, no se le atiende. Allí las cosas funcionan así…
Pero en nuestro viaje, no todo fue trabajar. Si Camerún se ha ganado el apodo de “África en miniatura” por su riqueza paisajística, no íbamos a quedarnos nosotras sin comprobarlo. Visitamos Yaoundé, los pueblos de alrededor, escalamos montañas, navegamos ríos, y viajamos a la costa para ver las playas tropicales de Kribi. Ese tipo de cosas que no se pueden dejar de hacer en estas situaciones. Vimos zonas más pobres, más ricas, de selva, de sabana, pueblos o ciudades. Turismo. Un turismo diferente.
Y así, entre viajes, juegos, hospitales y paseos por el barrio, te das cuenta y te tienes que volver a Madrid. Y vuelves, porque todo lo bueno se acaba, pero no vuelves igual que te fuiste. En tan sólo un mes te has dado cuenta de que se puede vivir de otra manera. Con sus pros y sus contras, como todo. Con menos de lo que estamos acostumbrados en el “primer mundo”; con otra organización, otras prioridades, otras formas de conseguir lo que uno quieres. Y sentada de nuevo en el asiento de un avión, con la sensación de haber recibido mucho más de lo que he dado, me preguntaba si sería capaz de coger lo bueno de esa “nueva forma de vida” que me habían enseñado en Camerún, e integrarla en mi rutina de estudiante europea.
Aún ahora lo sigo intentando.
María A
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