domingo, 20 de octubre de 2013

Nazaret Ybarra, misionera, religiosa de Jesús-María

ALMA MISIONERA, CORAZÓN SOLIDARIO


Carismática, comprometida, transparente, realista, luchadora y sin miedo, la religiosa española Nazaret Ybarra trabaja en proyectos sociales en Haití desde el año 2000 con el objetivo de dignificar a la persona con educación y trabajo.



La religiosa española Nazaret Ybarra lleva 13 años trabajando con los más desfavorecidos en Haití.
A los pobres de verdad hay que ir a buscarlos”, asegura Nazaret Ybarra, religiosa de la Congregación de Jesús María. A eso se dedica desde hace 13 años en Haití: a buscar a los más desfavorecidos, los pobres entre los pobres, y a ayudarles a conseguir un futuro mejor a través de la educación y el trabajo. Después de pasar 18 años en Bolivia, cuando llegó a Haití dice que estuvo “un mes sin poder hablar”. “Venía de Bolivia que era muy pobre, pero aquí era miseria”, explica mientras recuerda el impacto del “olor a pobreza”. No sabía el idioma y tenía 60 años, pero eso no la frenó y pensó de qué manera podía conseguir la dignificación de las personas a través de una ocupación que, además, les proporcionara ingresos para sobrevivir en el país más pobre de América. Así nació el taller de arte de Gros Morne, su primer destino en Haití, donde un grupo de jóvenes de la localidad pintan cuadros y distintos productos de madera. Fue el primer proyecto que puso en marcha Nazaret en el 2000 y que sigue funcionando. Dos años después la Congregación decidió crear otra comunidad en Jean Rabel, una población al Noroeste del país, donde viven unas 120.000 personas. “Darles autoestima y que se sientan como personas, porque algunos no se sienten como tal” es el objetivo de los proyectos que se impulsan en Jean Rabel, señala Nazaret, quien cuenta que los haitianos “no quieren mirar hacia atrás, porque sólo hay miseria, esclavitud y pobreza”. En estos años en Haití esta religiosa española, nacida en Sevilla en 1939, ha aprendido “el valor impresionante de la capacidad de resistencia y el aguante que tienen ante la vida difícil; siempre siguen luchando y tiran para adelante”. Para ella lo más duro es enfrentarse a diario a “la injusticia y la indiferencia de los demás ”ante ésta. “Así son las cosas”, suele escuchar cuando denuncia alguna. El pobre es la preferencia que tiene esta comunidad a la hora de ayudar, no miran la confesión religiosa. En Jean Rabel junto a Nazaret está Rous Kelly, una religiosa irlandesa con la que comparte esta misión desde hace siete años. “ Cuando tenemos algún problema salimos a dar un paseo y a hablar con la gente, para ponerlo en su lugar, en justa medida”, cuenta. Jean Rabel es un lugar tranquilo, aunque es una de las regiones más pobre de Haití. No sufrió los efectos del devastador terremoto de enero de 2010, aunque allí se refugiaron personas de zonas afectadas. Rous está inmersa en los proyectos educativos que han impulsado. Han creado seis escuelas, favorecen la escolarización a través de becas y tienen un programa de alfabetización para adultos. Nazaret se encarga del taller de costura y artesanía en el que trabajan unas veinticinco mujeres. “La autoestima en el taller es muy importante; ellas van a llevar un sueldo a casa sin ayuda del marido, hacen cosas muy bonitas por ellas mismas y es muy importante decirles que están muy bien hechas”, señala.

Este verano María del Mar Carles, también religiosa de Jesús-María, ha pasado un mes y medio en Jean Rabel ayudando en el taller de mujeres y cuenta que “trabajan casi sin respirar, son muy sufridas y no valoran su propio esfuerzo y las cosas que hacen”. Pero también las ha visto “ilusionadas” con algunas cosas nuevas que han hecho y cree que “eso es una señal”.

Proyectos

La idea de Nazareth y Rous es hacer proyectos que permitan crear empleos y que sean sostenibles en el tiempo. No les gusta dar porque sí. “Pedir limosna es rebajarse a algo que no me gusta”, defiende la religiosa española, quien comenta que “a decir ‘no’ se aprende diciendo que no; la vida te va enseñando que eso tiene su ciencia”. De esta manera, además de las escuelas y los dos talleres, para ayudar a que las familias tengan un medio de subsistencia, se han puesto en marcha otras muchas iniciativas. Entre ellas se encuentran las huertas familiares o el pequeño comercio. En el primer caso se entrega a estas familias una donación de 150 dólares para que puedan crear una huerta con la que obtener alimentos que puedan luego vender o utilizar para su propio consumo.
Por su parte, el pequeño comercio consiste en un préstamo de 250 dólares para que una familia pueda crear un negocio. El dinero se va devolviendo en cuotas periódicas y lo que se consigue con los intereses se reinvierte en ésta u otra iniciativa. Otro proyecto es el de los cabritos, y a las familias que se benefician del mismo se les regala uno de estos animales, cuyo coste oscila entre los 60 y 70 dólares, y la primera cría se le cede a otra persona. A todo ello se une la construcción de casas para las familias más pobres, que constan de dos o tres cuartos y letrina. Éstas han de aportan el terreno y 1.000 dólares para materiales, y del resto (unos 4.000 dólares) se encarga la Congregación. Con esta iniciativa, además de dar una casa a familias que la necesitan, se mantienen puestos de trabajo en Jean Rabel, pues los obreros y los materiales son locales. Ya se han construido cerca de 800 casas. Pero en el presupuesto anual de la comunidad siempre queda un remanente para imprevistos, por si es necesario financiar alguna operación o comprar medicinas para casos urgentes o cubrir las necesidades básicas de familias que presenten dificultades especiales.


Un verano en las misiones.

 Por la casa de Nazaret y Rous han pasado en estos años casi medio centenar de voluntarios. Jóvenes y mayores que quieren vivir de cerca la realidad de Haití y echar una mano, aunque son conscientes de que es sólo un grano de arena en una inmensa montaña.
Este verano un grupo de españolas ha pasado un mes y medio en Jean Rabel. Entre ellas se encuentra Leonor Gómez, una abogada madrileña de 24 años, que explica que “esta experiencia ha sido un regalo, me siento afortunada de haber podido venir; hay tanto que ver, escuchar, oler y tocar”. “Me llevo un país que sufre pero que no deja de enseñarte cosas”, dice Leonor, que en estas semanas ha dado clases de idiomas a jóvenes, ha hecho actividades con niños en colegios de la zona y ha participado en un taller de manualidades con chicas de Jean Rabel. “Hemos vivido con ellos, todo lo que hemos hecho ha sido con ellos”, agrega. Elena Sánchez, una maestra sevillana de 30 años que también ha pasado este verano en Jean Rabel, destaca haber podido “compartir la vida con otros desde la cultura de cada uno, dejándote tocar por la realidad y buscando un mayor compromiso en la vida y una mayor coherencia en el ser y en el actuar”. Leonor, Elena y María del Mar coinciden en la fortaleza y carisma de Nazaret. "Está entregada a los demás, es medio para facilitar las cosas a la gente, al niño a ir a la escuela y al joven a que aprenda un oficio, y te hace ver la importancia de tratar con dignidad a todas las personas”, asegura Leonor. “Es una loca sensata, porque se atreve con proyectos en lugares donde otros no se atreven, pero lo hace con sensatez y siendo práctica, transmitiendo pasión por las cosas”, dice Elena. Para María de Mar, es una suerte que esté en la Congregación de Jesús María porque “lucha por los más pobres, vive con transparencia, tiene mucho carisma, espíritu y fuerza, y eso contagia vida; es un don”. La misionera española considera que la experiencia “hace mucho bien al voluntario, que queda impactado por la pobreza, se llevan un sentimiento muy fuerte de lo que hay aquí y que en algunos casos supone un cambio en su vida”. Sin embargo, explica que en Haití “la gente sabe que los voluntarios vienen y que se van a ir, que no hay una continuidad”. “Los voluntarios dicen que les ha cambiado la vida, pero nunca he oído decir a nadie de aquí que alguno le haya cambiado la vida, aunque todos los recuerdan”, añade.
“No me cambio por nadie” Es una mujer fuerte y que no tiene miedo, pero a Nazaret le duele la imagen de Haití en el extranjero. “Es como cuando uno pasa por delante de un basurero, la gente no mira y se tapa la nariz; nadie quiere saber lo que pasa aquí. Se preguntan por qué tanta pobreza cuando tienen al lado Cancún, República Dominicana o Miami, cómo es posible tanta diferencia”. En este sentido, denuncia que los haitianos son “pobres empobrecidos”, que parece que interesa que el país sea un “cajón de sastre donde van las cosas que no quiere nadie”. Según la misionera, “Haití cambiará el día que los haitianos quieran, no el día que quiera la Unión Europea, Estados Unidos, Francia o Canadá”. De esta manera, reconoce que “lo nuestro es ayudar, pero no nos hagamos ilusiones de que vamos a transformar Haití. Cuando tienes un problema en casa quieres arreglarlo tú; dejémosles a ellos querer”. “Soy feliz, no me cambio por nadie”, asegura con rotundidad Nazaret. A la pregunta de qué se necesita para ser feliz responde: “Tener un motivo grande por el que dar la vida”. Nunca ha pensado en abandonar la misión en Haití, seguirá hasta que Dios quiera. “Estar cerca de la pobreza hace que tu vida esté con los pies en la tierra”, dice la religiosa, una mujer que agradece “la suerte enorme de poder vivir donde hay lo mínimo”.    
Artículo de Belén Porras, revista Perfiles ( periodista y voluntaria de Jesús-María en Jean Rabel este verano) .


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